martes, 21 de octubre de 2008

Linda Nochlin

Comparto con ustedes un fragmento de una traducción que recientemente realicé para la cátedra. Se trata de NOCHLIN, Linda (1994) “Starting from Scratch: the Beginnings of Feminist Art History”, en: BROUDE, Norma y Mary GARRARD (eds.), The Power of Feminist Art, Londres: Thames and Hudson, pp. 130 - 137. Pueden solicitarme la traducción íntegra dejando su e-mail en los comentarios.

En 1969 ocurrieron tres grandes eventos en mi vida: tuve un bebé, me hice feminista y organicé la primera clase de la Mujer y el Arte en Vassar College. Todos estos eventos estaban, de alguna manera, interconectados. El tener a mi bebé, mi segunda hija, en el inicio del Movimiento de Liberación de las Mujeres me dio una perspectiva de la maternidad diferente de la que había tenido a mediados de la década de 1950 cuando tuve mi primer bebé; el feminismo generó un cambio trascendental tanto en mi vida personal como en mi punto de vista profesional; el organizar esa primera clase de historia del arte feminista irrevocablemente alteró mi visión de la disciplina y mi posición en ella, de modo tal que mi producción futura fue afectada por este momento promotor de comprensión y revisión.

Es difícil recapturar la pura euforia de ese momento histórico, tal vez es más difícil recordar los detalles concretos de la experiencia de conversión que, para muchas mujeres de mi edad y posición, fue como la conversión de San Pablo camino a Damasco: la convicción de que antes había estado ciega; ahora había visto la luz. En mi caso, la luz había sido provista por una amiga –en realidad sólo una conocida– quien se apareció en mi departamento con un portafolio repleto de literatura polémica, poco después de mi regreso de un año en Italia con mi esposo y mi bebé a mi trabajo familiar en el departamento de arte de Vassar. “¿Escuchaste de la Liberación de las Mujeres?” me preguntó. Admití que no lo había hecho ¬–la actividad política en Italia, aunque vigorosa, no era notable por su componente feminista– pero que en mi caso no era necesario. Yo ya era, dije, una mujer liberada y conocía lo suficiente sobre feminismo –las sufragistas y esas cosas– para considerar que, en 1969, estábamos más allá de esos asuntos. “Lee estas”, me dijo bruscamente, “y cambiarás de opinión”. Al decir esto, hundió su mano en el abultado portafolio y descubrió un montón de periódicos mal impresos y rudimentariamente ilustrados en papel áspero. La pila incluía, recuerdo, Redstockings Newsletter, Off Our Backs, Everywoman y muchas otras publicaciones, incluyendo ediciones especiales de hojas informativas radicales escritas por hombres, que habían sido apropiadas por mujeres furiosas con el propósito explícito de examinar las condiciones de su explotación. Comencé a leer y no pude detenerme: esto no tenía nada que ver con las anticuadas ideas acerca de la obtención del voto femenino y del desplazamiento de los hombres de los salones. Eran cosas brillantes, furiosas, polémicas, escritas desde el corazón, que cuestionaban no sólo la posición de las mujeres en la Nueva Izquierda y en el movimiento anti-Vietnam (subordinadas, explotadas, sexualmente objetualizadas) sino también la posición de las mujeres dentro de la sociedad en general. Estos artículos, que abarcaban cada una de las áreas que involucraban a las mujeres, desde la represión en el lugar de trabajo hasta la opresión en el hogar, desde la producción artística a las tareas domésticas, sobre todo golpeaban con su afirmación de que lo personal era político, y de que la política, que implicaba los roles sexuales y el género, comenzaba con lo personal. Esa noche, leyendo hasta las dos de la madrugada, realizando descubrimiento tras descubrimiento, con bombitas de luz caricaturescas explotando dentro de mi cabeza a un ritmo frenético, mi conciencia fue despertada, como lo sería una y otra vez durante el año siguiente aproximadamente. O tal vez la figura retórica adecuada es espacial: era como si continuara abriendo puertas hacia una serie interminable de habitaciones luminosas, cada una abriendo la próxima, cada una prometiendo una nueva revelación, cada una trasladándome desde un espacio conocido hacia uno desconocido, más amplio y más claro.

Unas semanas más tarde, o tal vez unos meses, después de una cierta cantidad de reflexiones pero no de una investigación específica más allá de una relectura de Simone de Beauvoir, pegué en la cartelera de anuncios de la oficina de historia del arte de Vassar la siguiente noticia...

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